viernes, 11 de abril de 2014

La Doctrina de Angelina

Jolie tenía una probabilidad del 87% de desarrollar un cáncer de mama

Angelina Jolie y el cáncer: todo sobre su madre


Se llamaba Marcheline Bertrand y era una mujer bellísima; más, incluso, que su celebérrima hija. Esta debe a la progenitora gran parte de su belleza – John Voight ( su padre) no es precisamente guapo-, heredó muchos de los rasgos de la fallecida – y casi desconocida-  actriz. Desafortunadamente, junto a los genes de ese esplendoroso físico, Angelina lleva en su ADN el BRCA1, cuya mutación augura el padecimiento de la enfermedad de la que murió Marcheline: el cáncer.Y su  tía , Debbie Martin, que con 61 años,perdió la batalla contra el cáncer el 27-5 2013


Hoy en día, a pesar de los adelantos técnicos y científicos en la detección temprana del cáncer mamario, y de contar con tratamientos cada vez más cercanos a lo curativo, hay una tendencia mundial de aumento en la frecuencia de la presentación de esta enfermedad, y es por esto que algunas mujeres, conociendo que tienen factores de riesgo para ello (como es el caso de Angelina Jolie, cuya madre padeció de cáncer de mama), deciden realizarse preventivamente una cirugía que consiste en la resección de ambas mamas sanas con la subsecuente preservación de la piel y de la areola, para en el mismo tiempo hacerse una reconstrucción con colgajos musculares pectorales e implantes mamarios, con muy buena recuperación y evitando el riesgo de padecer cáncer de mama en un futuro. Los resultados son muy similares a un aumento mamario convencional, lo que se traduce en una mejoría o permanencia en su apariencia estética.

Esta situación puede parecer exagerada y ha generado controversia en diferentes sectores de la sociedad. Sin embargo, la problemática actual del cáncer de seno, cuya incidencia está en aumento, nos lleva a pensar: ¿qué puede hacer una mujer si por razones médicas puede perder uno o los dos senos?.  Existen alternativas quirúrgicas, como la Cirugía Plástica, que nos permiten resolver en parte el problema, pero si hay factores de riesgo para desarrollar este tipo de cáncer, ¿no sería mejor decidirse a la realización de procedimientos quirúrgicos como lo hizo Angelina Jolie?. Esta pregunta tendrá diferentes puntos de vista, pero, independientemente de ello, los avances quirúrgicos en Cirugía Plástica nos brindan la posibilidad de reconstruir uno o los dos senos en una mujer quien tiene riesgo o quien ya ha padecido de un cáncer de mama.

 El  14 de mayo  de 2013 Jolie publicó una emotiva carta publicada en el periódico The New York Times titulada ‘Mi elección médica’ para contar por qué decidió pasar por el quirófano, pero lo que desconocíamos entonces es que la tía de Angelina estuviera sufriendo esta misma enfermedad.  "Quería escribir esto para decirle a otras mujeres que la decisión de someterse a una mastectomía no fue fácil. Pero ahora estoy muy contenta de haberlo hecho. Mis posibilidades de desarrollar un cáncer de mama se han reducido de un 87 por ciento a menos del 5 por ciento. Puedo decirles a mis hijos que no tienen que temer porque me vayan a perder por un cáncer de mama", confiesa Jolie, madre de 6 hijos junto al actor Brad Pitt.

"Mi madre luchó contra el cáncer durante casi una década, y murió a los 56 años. Vivió el tiempo suficiente para ver al primero de sus nietos y para mantenerlo en sus brazos. Pero mis otros hijos nunca tendrán la oportunidad de conocerla ni experimentar quien era ella", señala. La intérprete, quien admite no sentirse menos mujer por haber dado este paso, finaliza la carta explicando por qué ha decidido contar su operación y no mantenerla oculta por más tiempo. "He decidido no mantener mi historia en secreto porque hay muchas mujeres que no saben que podrían estar viviendo bajo la sombra del cáncer. Tengo la esperanza de que ellas también sean capaces de obtener pruebas genéticas y que, si tienen un alto riesgo, también sepan que tienen opciones".




martes, 8 de abril de 2014

Nutrición y genética




 


Como buen líder mundial en un campo muy novedoso, José María Ordovás (Zaragoza, 1956) sabe que la nutrigenómica, esa ciencia que junta dos campos tan prometedores como la alimentación y la genética, está en plena transformación. Por eso no rehúye las críticas a una disciplina que, 10 años después de su lanzamiento, parece que no da las respuestas que se esperan. Con modestia, admite que, con el tiempo, se ha visto que “con los genes solo resolvemos el 5% o el 10% de los problemas de salud como la obesidad o el cáncer”. Su más reciente libro, La nueva ciencia del bienestar. Nutrigenómica (Crítica) puede, por tanto, considerarse un resumen de lo que se sabe de esta disciplina, pero, sobre todo, usando una figura del propio autor, como “el campamento base” para una escalada al Everest para el que aún faltan muchas etapas.
Pregunta. Parece que en el mundo científico hay cierto desencanto con la genética. ¿Le ha llegado a la nutrigenómica?
Respuesta. Efectivamente, podemos pensar en ese desencanto. Y la culpa es de todos, que hemos querido vender los huevos antes de que la gallina los ponga. El genoma fue muy difícil de lanzar, muy caro, y como todo producto caro había que venderlo muy bien. Y eso se hizo cuando ni sabíamos qué teníamos entre manos. La genómica no lo es todo, y eso lo sabemos cada día más y más. Echamos toda la artillería en la secuenciación, y nos encontramos con que con los genes solo resolvemos el 5% o el 10% de los problemas. ¿Y el resto?
P. Ahora el foco se pone en los factores que regulan los genes, en la epigenómica. ¿Tendremos una nutriepigenómica?
R. Ya estamos avanzando en esos temas. Es como escalar el Everest, partes del campamento base, que es la secuenciación, y a partir de ahí hay que establecer el campamento 1, el 2. Lo que pasa es que para llegar de uno a otro podemos tener que atravesar enormes simas. Y, además, partes del campamento de la genómica mal pertrechado.



P. Centrándonos en la nutrición, lo que parece claro es que lo que comemos no va a cambiar nuestros genes, pero sí los factores que los regulan.
R. Eso habría que matizarlo. Los genes sí han cambiado con la alimentación, y ahí está el caso de la tolerancia a la lactosa, que fue una mutación que, como se vio que era beneficiosa, se ha ido extendiendo. Lo que no ocurre es que cambien en un individuo de un día para otro. No podemos cambiar la secuencia, pero sí la regulación. Y eso pasa con los factores epigenéticos que regulan los genes.
P. ¿Y cuál de ellos es el más interesante para usted en este momento?
R. Hasta ahora pensábamos que la regulación de los genes estaba en otros genes. Pero necesitábamos hilar más fino, y aparecieron los micro-ARN. Estos son pequeñas cadenas de material genético con una función muy clara: hacer de freno de mano de los genes. Son un control añadido.
P. Pero, ¿cómo modificamos esos micro-ARN? ¿Los comemos?
R. Estamos en un cambio paradigmático en nutrición, y es en lo que estamos trabajando. Estamos no sé si a días u horas de publicarlo. Por los ensayos que hemos hecho, es posible que esos micro-ARN los comamos, no los destruyamos durante la digestión, y luego pasen a actuar sobre nuestros genes. La alimentación no cambia el ADN, pero sí sus reguladores. Sería una prueba más de que somos lo que comemos.
P. Con este planteamiento le está quitando mucha de la magia a la nutrigenómica. Lo que parecía que se esperaba de ella es que con un análisis de sangre nos dijeran qué debíamos comer para sentirnos mejor. De hecho, ya hay laboratorios que lo ofrecen.
R. Si descartamos las intolerancias, que son otra cosa, esos análisis no tienen sentido.
P. ¿Son un fraude?

Con los genes resolvemos el 5% o el 10% de los problemas de salud”
R. Podríamos decir que sí. Se basan en análisis que se han hecho en los años ochenta con pruebas poco fiables, pero que cada tiempo aparecen en el mercado, están una temporada, se retiran y vuelven a empezar.
P. ¿Y si los análisis se hicieran del epigenoma? ¿Podremos saber si a una persona le conviene comer peras o manzanas?
R. Para empezar, no hay análisis de epigenoma. Y, para seguir, eso no serviría de nada. Eso no es nutrigenómica.
P. ¿Qué podemos esperar entonces de esa ciencia?
R. Con los análisis genéticos solo podemos saber la predisposición a tener las enfermedades más comunes (diabetes, obesidad, hipercolesterolemia). Pero no podemos saber hasta qué punto. El siguiente paso es saber cómo actuar. Porque hay personas a las que les da lo mismo comer más o menos ácidos grasos, porque tienen unos genes muy resistentes. También podemos saber cómo les beneficia el tomar más omega-3. Porque hay personas que de alguna manera son resistentes, y por mucho que tomen no notan su beneficio. Y lo mismo ocurre con vitaminas, minerales... Hay personas que tienen más necesidades.
P. Pues estamos en dirección contraria, donde ya cuidamos la alimentación hasta el extremo de crear ortoréxicos.

R. Esos tienen un problema, porque, al final, lo más probable es que el estrés que les da vigilar tanto lo que comen arruine su efecto beneficioso. Lo que ocurre, sin llegar a esos casos, es que, como no tenemos sentido común, vamos a la artillería pesada, y lo que queremos es que todo nos lo solucionen con una pastilla
P. El interés de la industria alimentaria por vender sus productos no como sabrosos sino como sanos también influye. En el reciente Congreso Mundial de Nutrición de Granada las conclusiones eran que era bueno tomar café, agua, vino, cerveza, leche, agua, refrescos, pan, huevos, fruta, carne...
R. Tanto que no daría tiempo.
P. Ya advierte que en su libro no hay dietas, pero, ¿cuál sería entonces el consejo?
R. Para personas sin una patología, se trata de comer de todo, pero menos. No en cada comida, sino en un balance semanal. Y hacer ejercicio. Lo que pasa es que eso nos cuesta. Ya decía Grande Covián que es más fácil cambiar de religión que de dieta. Por eso yo siempre digo que, en medicina, las cuatro pes (prevención, predicción, personalización y participación) no sirven si no hay una quinta, la del placer. Sin ella, apaga y vámonos.











martes, 1 de abril de 2014

Narradores de Realidades



Juan Cruz
Dice Manu que los periodistas somos unos quejicas. Lo dice desde la autoridad que le permite ser conocido sin necesidad de que se diga que se apellida Leguineche. Es muy grande. Cuando la gente se devanaba los sesos tratando de introducir en España los esquemas del "nuevo periodismo", ya él hacía ese periodismo, ni nuevo ni viejo. Periodismo. No hay otro. Él dice que el periodismo será siempre lo que fue; cambiarán los formatos, los soportes, pero si el periodista no tiene un buen equipaje de amor para desarrollar el oficio (y para documentarlo) dará igual como lo llamen: no será periodismo.
Es un refresco para el oficio verle y escucharle; en tiempos como estos, en que todo el mundo se pregunta qué nos pasará en el futuro, su voz de anteanoche en el Telediario 2, de TVE, dejó claro lo que nos pasa: que no nos pasa nada, o que nos pasa tan solo que somos unos quejicas. Frente a tanta dramaturgia de las crisis lo que tenemos que hacer es periodismo. Y punto. Otro maestro del oficio, Augusto Delkader, suele decirlo: "En caso de duda, haz periodismo". Y eso vino a decir Leguineche. En una conversación que él hizo espartana, como él ha sido siempre, fue acompañado por sus colegas Diego Carcedo y Evaristo Canete; Canete es aquel hombre que le sostuvo la mirada al drama en tantos acontecimientos mundiales (y entre ellos, el que ocurrió en Nevado del Ruiz y dio de sí las imágenes tremendas e inolvidables de la niña Omay-ra). Les llevó a Brihuega, a encontrarse con Manu, Vicente Romero, otro veterano de estas batallas.
Le fueron a ver porque a Manu le entregan ahora el Luca de Tena de Abc y porque está a punto de fallarse el premio internacional que lleva el nombre de Leguineche. Para los que esperamos que la tele sirva para mensajes así, la presencia de Manu en la pantalla, con su sombrero panamá, junto a un vaso de vino, sonriendo a la cámara, ironizando sobre la banalidad de nuestras quejas, resulta una razón más para amar este medio, la tele, al que él ha regalado tiempo, oficio y talento. Y sentido del ritmo informativo, que es como la música que alienta detrás de tantos reportajes y de tantos libros que en realidad son manuales para que dejemos de quejarnos.

Manu narrando cosas de Miguel Delibes :
"Miguel se alarmó el día que plantaron en Valladolid el primer semáforo. "Esto va a ser pronto Manhattan", debió pensar con su modo de ver las cosas. Pasado el. primer susto, lió un cigarrillo de caldo, que era su forma de resignarse, se caló la boina y cruzó el. Campo Grande, su Campo Grande, donde un guardia urbano le: pegó una noche de Navidad en la, que circulaba en bicicleta. Miguel. volvía de su periódico, de dibujar unas caricaturas con el seudónimo de Max (M por Miguel, A por Ángeles, su mujer, y X por la incógnita del futuro). O puede que hubiera escrito una crónica futbolística, una crítica de cine con los mejores; elogios para una película neorrealista italiana o una nota literaria. Miguel era un hombre universal, catedrático en la Escuela de Comercio por la mañana, periodista por la tarde, novelista por la noche. Todo eso sin salir de Valladolid, su Manhattan Transfer, una ciudad a la medida de Delibes, donde las vidas se ven redondas.Algunos domingos íbamos al fútbol, a ver jugar al Valladolid. Miguel escribía crónicas de los partidos para El Mundo Deportivo, de Barcelona. Unas crónicas jugosas en las que aplicaba su libro iniciático, el Mercantil, de Garrigues, al 4-2-4. Miguel, tan lejos siempre de la jerga al uso destrozaba los tópicos futbolísticos.
Una tarde de fútbol y frío la policía del estadio Zorrilla golpeó con sus porras a un espectador que se había lanzado al campo para cantarle unas lindezas al árbitro. El hincha del Real Valladolid fue sacado a la banda en estado de semiinconsciencia. Sangraba. Miguel gritó unas cuantas palabras y luego dijo: "Esto no puede quedar así". Por la mañana le acompañaba a la comisaría para presentar la denuncia. No olvidaré nunca -eran, creo, finales de los cincuenta- la cara de incredulídad de aquel comisario jefe, enfrentado, quizá por primera vez, a la indignación moral de un ciudadano.
Miguel era nuestro Mahatma vallisoletano. Un alma grande que perseguía a las perdices, "un primitivo, rusoniano", como le dijoa César Alonso de los Ríos, que amaba a los pájaros y los fines de semana, abierta la veda, los mataba.
Boina, botas, picadura, una escopeta sin nombre, una cazadora gastada y mucho sentido común. Se rió cuando le eligieron el más elegante de Europa junto con Malraux. Se asustó cuando plantaron el primer semáforo. Risas y sustos, la caza, que siempre cura males menores. A los 10 años, en el colegio de La Salle, el profesor de Psicología supo tomarle el pulso: "Tiene la mirada lánguida y un poco tristona, y es Miguel, sin embargo, el más alegre y juguetón del grupo". Miguel, triste y jovial.
Cuando buscábamos en mano a la perdiz roja Miguel cantaba "la otra tarde bailando estaba con Lola" mientras subía la trocha. Había que sorprender al bando a la somada. "Yo soy un cazador que escribe, no un escritor que caza", o también: "Se escribe como se es". Miguel ha aplicado siempre la sencillez del castellano viejo, la naturalidad, la autodefensa del humor, la sobriedad, el cuidado de un Balzac para. la observación, a su vida privada y pública. Pero odia los ascensores, no soporta el avión. Diagnóstico: claustrofobia. Busca los grandes espacios, y si no fuera por Castilla, la Castilla "dermoesquelética" de Unamuno, este hombre sensible, reservado y apartadizo hubiera sido feliz en el Far West.
Cuando murió Ángeles se rompió su equilibrio. "De un salto pase de la juventud a la vejez, del afán creador al más puro escepticismo". El hombre que ha conocido la guerra civil a los 17 años a bordo del crucero Canarias, que ha pasado por apreturas económicas, que ha viviseccionado a la burguesía castellana, se vino abajo de pronto sin aparente remedio. Sus amigos creímos que se nos iba, consumido de pena. Vive atormentado, se le apaga la voz, la pasión de vivir, de indagar y descubrir, de escuchar cómo hablan sus paisanos de Castilla. Ya no es ese Miguel sentencioso y lleno de curiosidad por todo. Ha desaparecido esa sonrisa que puntúa su vida, esa visión, a ratos mordaz, del universo pequeño y grande. Hasta que con el paso de algunos años descubre de nuevo en la novela -"un hombre, un paisaje, una pasión"- su cura psicoanalítica.
Miguel es como un árbol, crece donde le plantan. En 1962 estaba bajo ese árbol cuando un personaje del régimen le flamó por teléfono para afearle (sería destituido por ello) la línea aperturista del periódico que tan dignamente dirigía. "Me estás jodiendo el experimento", dijo el personaje desde Madrid. Se refería a la ley Fraga de Prensa. Ni iroma, ni guasa, ni chocarrería, ni zumba castellana. Por una vez Miguel se puso trascendente y respondió: "¿Que os estoy jodiendo el experimento? ¿Desde cuándo la libertad es un experimento?".

Manu narrando cosas de Laos :
"Hace 30 años, el jefe de la casa real laosiana me invitó a la fiesta del Pimai, en la capital en la que residía el monarca Sivang Vatana, barrido en 1973 por la revolución comunista. En el templo de las Tres Pagodas, el rey, un hombre simpático y bondadoso, sentado sobre un almohadón y rodeado de servidores seguía con cierto cansancio los sermones de los bonzos. Sonaban los xilófonos y los fieles daban suelta a los pájaros para ganar indulgencias en el reino de Buda y Sivang Vatana. Al terminar las fiestas, que duraron tres días, el jefe de protocolo me preguntó por qué España no mantenía relaciones diplomáticas con el reino de Laos. No tenía respuesta para la pregunta ni era asunto mío pero al bajar a Bangkok se la trasladé al primer secretario de nuestra embajada en Tailandia, Máximo Cajal. Antes de un año España y Laos abrían relaciones plenas. Así se escribía la historia laosiana por aquellos años.En 1973, las guerrillas comunistas triunfaron sobre el ejército real apoyado por los norteamericanos. Acabó la guerra secreta del reino de Laos, que pasó a llamarse República Popular y Democrática. El Gobierno comunista cultivó el aislamiento. Temía la apertura, la perestroika. La vida en Vientian, la capital administrativa, discurría replegada sobre sí misma, al ritmo de los triciclos de la avenida Lan Xang, lenta, lánguida, sin apenas turistas, sin rascacielos, sin el alboroto de Bangkok. Para quien llega a Tailandia, tanto Vientian, como Luan Prabang son un balneario, una cura de descanso y de ruido. Luan Prabang, donde vivió Luis Roldán, no ha perdido su inocencia. Se escucha el batintín de las 75 pagodas, el paso de los bonzos a la hora del óbolo. La única diversión nocturna consiste en acostarse pronto. Esta, uno de los últimos ejemplos de la Vieja Asia, es la tierra del millón de elefantes y el parasol blanco, uno de los vértices del Triángulo de Oro, el paraíso de la droga. En el aeropuerto te desean, como siempre, la bienvenida en francés y pronto se escuchan canciones de Edith Piaf. La gastronomía local incluye ancas de rana. ¿Qué ha sido de Laos, el país olvidado desde 1975? El final del comunismo y de la ayuda soviética sonó en Vientian como un pistoletazo en medio de un concierto.
El triunfo militar del Patet Lao trajo los uniformes verde olivo y la burocracia del partido único. El Gobierno comunista colectivizó la agricultura y la industria. Fue una catástrofe. A mediados de los ochenta Vientian admitió en parte la derrota del marxismo y empezó a coquetear con la economía de mercado. Es un pequeño país de poco más de tres millones de habitantes, montañoso, sin salida al mar, sin ferrocarril, mal comunicado, con sus triciclos (tuktuk) en las ciudades, sus elefantes y tigres en las montañas. La Albania asiática.
Laos ha tenido siempre algo de secreto, de apartadizo. Los golpes de Estado eran crónicos en los sesenta y nuestro amigo el suizo Papa Gumiez, dueño de una taberna en Vientian, se escondía con sus amigotes en la bodega en cuanto sonaba el primer disparo del cuartelazo. Después de interminables partidas de póker y consumida en parte la bodega, cuando la radio anunciaba el triunfo o el fracaso del golpe, Papa Gumiez salía de nuevo a la superficie. Llegan unos pocos miles de turistas atraídos por la naturalidad de Laos, por su autenticidad, hartos del estruendo tailandés. A veces se cierra de pronto la frontera, se suspende la concesión de visados. El Gobierno se asusta. Tailandia -la molesta vecina- es la nueva potencia regional. Invierte en Laos. Van a hacer de la pura Luan Prabanc, la capital de las salas de masajes. En el museo local te enseñan las tazas de té regaladas por Mao, una medalla de Lindon Johnson y la bandera laosiana que por encargo de Nixon voló en el Apolo. El Patet Lao convirtió a la burocracia en una de sus bellas artes. Ahora no sabe qué hacer de los 200.000 funcionarios, ni sabe tampoco qué modelo de sociedad elegir, a caballo entre el comunismo y la reforma económica. El puente tendido sobre el río Mekong, entre Nong Kai, la orilla tailandesa, y la laosiana, mal que le pese al Gobierno, temeroso del contagio, va a romper con el hermetismo y el aislamiento laosiano. En el aeropuerto leemos un anuncio que dice: "Deposite sus armas de fuego". Recuerdo aquellos viajes en Air Continental de Vientian a Luan Prabang en 1965, con el avión cargado de gallinas y cajas de whisky para los generales proamericanos. Chuleta de búfalo condimentada con coco en el Salongsay, música tribal en el hotel Lan Xang. Vientian (recinto del sándalo) entreabre sus puertas. El gong de la pagoda del monte Fusi en L. P. (capital del Buda de oro fino) llama al viajero. A un viajero llamado Luis Roldán."